lunes, 10 de mayo de 2010

Artículo sobre integración escolar

Un camino a construir
La integración escolar en nuestras escuelas: ¿Es posible?

La integración escolar es sólo una parte de otra mucho más amplia, la social. No por ello deja de tener importancia. Matricular niños discapacitados en escuelas regulares y asignarles un docente integrador, adaptar currículos y realizar modificaciones edilicias es un paso importante, pero no suficiente, sino que es necesario brindarles las herramientas que posibiliten su independencia y la interacción plena con los demás. Para ello quizás sea ineludible replantear los saberes profesionales implicados.

“Son cosas chiquitas. No acaban con la pobreza, no nos sacan del subdesarrollo, no socializan los medios de producción y de cambio, no expolian la cueva de Alí Babá. Pero quizá desencadenen la alegría de hacer y la traduzcan en actos. Y al fin y al cabo, actuar sobre la realidad y cambiarla, aunque sea un poquito, es la única manera de probar que la realidad es transformable.”
Eduardo Galeano

Este trabajo tiene como objetivo plantear dudas, abrir preguntas y reflexionar acerca de la responsabilidad de los profesionales de la salud y de la educación en la tarea cotidiana con niños con discapacidad en el ámbito de la Integración Escolar.
Poder pensar sobre la práctica concreta evita -o, por lo menos, disminuye- el prejuicio y nuestras representaciones sobre el tema “se ponen a trabajar”. Poner las ideas en juego en un espacio laboral compartido favorece que nuestra práctica se enriquezca y que nuestras teorías no sean sólo “ideas brillantes que otros produjeron”, sino una verdadera “caja de herramientas” nacidas de nuestra práctica, con las cuales operar dentro del aula y del consultorio, al escribir un artículo o en el trabajo con nuestros pacientes.
Entiendo y pienso la integración escolar sólo como un engranaje de una integración más amplia: la Integración Social, y si bien no me propongo aquí trascender las fronteras de lo escolar, quiero, sí, dejar latente la idea de la necesidad de integración de las personas con discapacidad “más allá de la escuela”: cumpleaños, fiestas familiares, clubes, colonias; en fin: “agrandar” el mundo.

La integración escolar no es per se, sino que es un camino a construir, un camino complejo abarrotado de interrogantes y dificultades. La integración de niños con discapacidad en las escuelas “comunes” no es una tarea fácil pero sí posible. Lo sabemos. Y sabemos también que las “buenas voluntades” son un inicio de este proceso que abre puertas e insta a los actores involucrados a “ponerse en marcha”, pero somos conscientes de que esto no es suficiente.

Tengo motivos fundados para confiar en la posibilidad de instalar y abrir puertas a niños y a adultos con discapacidad por medio de la concientización del tema a nivel social. Y la escuela es una de las instituciones donde se puede comenzar a trabajar en ello: un ámbito importante donde la experiencia sobre la tarea pueda efectivizarse y que, más allá de la eficacia en la resolución, les permita a los niños con discapacidad “estar con otros niños”.

La integración escolar dentro de una institución educativa puede surgir como iniciativa de uno o varios docentes, como un proyecto de las autoridades o por la necesidad de algún alumno. Todos los modos son posibles. Habrá puntos de encuentro y de desencuentro. Citando a Freire: “Enseñar es un acto”, y también una oportunidad propicia para exponer nuestras ideas acerca de a quién se le enseña, cómo se enseña y para qué se le enseña. Como sostiene María José Borsani: “(…) Entre el querer y el poder concretar la escuela plural se ubica el eslabón de enlace de la capacitación, que habilita a un trabajo serio y fecundo desde el saber”1.

Por otro lado, no es suficiente trabajar únicamente con el niño con una maestra integradora sentada junto a él, “traduciéndole” las consignas de los docentes de la sala y realizando las llamadas “adaptaciones curriculares”. Categóricamente de eso no se trata la Integración Escolar. De ese modo sólo contribuimos a re-ubicar al niño o al adolescente en el lugar “del enfermo”, “del paciente” o “del que no puede”. Y, ¿dónde esta el niño?, ¿qué pasa con su lugar de niño, más allá de la discapacidad que porta o el diagnóstico que tiene -y no que es-? ¿Por qué no festeja y participa de los cumpleaños? ¿Por qué no puede hacer berrinche como todos los demás, portarse mal? ¿Qué es “ser niño” para aquellos que tienen un diagnóstico con algún grado o tipo de discapacidad? Esta mirada social lo excluye, porque cuando el niño “no responde” como se espera que lo haga, cuando no encaja en lo esperable, no nos es funcional: nos produce molestia y no sabemos qué hacer… y entonces es el niño quien no encaja en los patrones que los profesionales esperamos. Pero, en tal caso, ¿por qué no nos devolvemos la pregunta? ¿Qué pasaría si es nuestra teoría la que no encaja y no el niño quien no encaja en nuestra teoría?
Los niños con diagnóstico de discapacidad enjuician nuestro quehacer diario; nos muestran que, muchas veces, el saber no nos alcanza y esto, como profesionales de la educación, no es fácil de tolerar. El discurso del saber clausurado a otros sentidos posibles y sin lugar para el cuestionamiento, por la particularidad de ese niño que lo deja sin espacio donde habitar.

Las intervenciones educativas con nuestros/as alumnos/as tendrían que caracterizarse por proporcionarles actividades funcionales, que surjan de sus necesidades e intereses. Presentarles propuestas y aprendizaje altamente significativos y siempre vinculados con -y para- la vida real. Y, por ello, más que necesario es imprescindible que las actividades planificadas posean sentido durante cada uno de los días que acuden a la escuela. Por otro lado, el material específico debe surgir a partir de hechos y experiencias concretos y no a la inversa. Para ello es necesario, por parte del docente, la guía y la escucha atenta, activa y comprometida, que permita identificar sus demandas y necesidades, promoviendo conductas de independencia y a la vez de interacción, tanto con los otros niños como con las personas significativas de su entorno, y contar con el apoyo, colaboración, compromiso e implicación de la familia en sentido amplio (padres, abuelos, tíos o vecinos).

Apuesto a que si tomamos conciencia de que a veces nuestro saber no nos alcanza, si reconocemos que no podemos operar limitándonos sólo a ese saber, podremos enlazarnos con otros profesionales y pensar junto con ellos estrategias posibles de intervención que les habiliten a los niños integrados en la escuela un espacio dentro del entramado social.

Esta propuesta quizá pueda parecer utópica. Pero, parafraseando a Ulloa, “para qué nos sirve la Utopía sino para seguir avanzando…”.

Vanina Beraldo*
* Vanina Beraldo es Licenciada en Psicología (UBA).
1- Borsani, M. J., Integración educativa, diversidad y discapacidad en la escuela plural, pág. 22.
Bibliografia consultada:
- Borsani, María José (2007), Integración educativa, diversidad y discapacidad en la escuela plural, Novedades Educativas, Buenos Aires.
- Oyarzabal, Cristina (2007), Niños débiles-con-jugando quehaceres hacia la inclusión, Letra Viva, Buenos Aires.

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